lunes, 16 de octubre de 2017

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PONEOS EL VESTIDO NUPCIAL

Todos los bautizados conocen cuál es la boda del hijo del rey y cuál su banquete. La mesa del Señor está dispuesta para todo el que quiera participar de ella. A nadie se le prohíbe acercarse, pero lo importante es el modo de hacerlo. Las Sagradas Escrituras nos enseñan que son dos los banquetes del Señor: uno al que vienen buenos y malos, y otro al que no tienen acceso los malos. El banquete del que hemos oído hablar en la lectura del Evangelio contiene buenos y malos. Todos los que rechazaron la invitación son malos, pero no todos los que entraron son buenos.(Sermón 90,1)

¿Qué decir? No quiero que ninguno de los que os acercáis a la mesa del Señor aquí presente os encontréis entre los muchos que serán separados, sino en compañía de los pocos que permanecerán. ¿Cómo os será posible? Recibid el vestido nupcial.

«Explícanos, dirás, cuál es el vestido nupcial». Sin duda, es aquel vestido que sólo poseen los buenos, los que han de quedar en el banquete, los que quedarán para el banquete al que ningún malo tendrá acceso, los que han de ser conducidos a él por la gracia del Señor. Esos son los que tienen el vestido nupcial. Busquemos, pues, hermanos míos, quiénes entre los fieles tienen algo que no poseen los malos; eso será el vestido nupcial. ¿Los sacramentos? Veis que son comunes a los buenos y a los malos. ¿El bautismo? Es cierto que nadie llega a Dios sin el bautismo, pero no todo el que tiene el bautismo llega a Dios. No puedo comprender que sea el bautismo, es decir, el sacramento, el vestido nupcial: es un vestido que veo en buenos y malos. Tal vez lo es el altar o lo que se recibe en él. Pero vemos que muchos comen, y comen y beben su condenación. ¿Qué cosa es, pues? ¿El ayuno? También los malos ayunan. ¿El venir a la Iglesia? También la frecuentan los malos. Para concluir, ¿el hacer milagros? No sólo los hacen los buenos y los malos, sino que a veces no los hacen los buenos…

¿Cuál es, pues, aquel vestido nupcial? Este es: El fin del mandamiento, dice el Apóstol, es el amor que procede de un corazón puro, de la conciencia recta y de la fe no fingida. Este es el vestido nupcial. No cualquier amor, pues con frecuencia se ve amarse a hombres partícipes de mala conciencia; …pero no existe en ellos el amor que procede de un corazón puro, de una conciencia recta y de una fe no fingida. Tal amor es el vestido nupcial…

Si distribuyere todo lo mío para uso de los pobres y si entregare mi cuerpo para que arda, si no tengo amor, nada me aprovecha. Este es el vestido nupcial.  Interrogaos a vosotros mismos; si lo poseéis, estáis seguros en el banquete del Señor. En un mismo hombre hay dos amores: la caridad y el amor pasional. Nazca en ti la caridad, si aún no ha nacido; y si ya ha nacido, aliméntala, nútrela, haz que crezca. El amor pasional no puede extinguirse del todo en esta vida, pues si dijéramos que no tenemos pecado, nos engañamos y la verdad no habita en nosotros. En la medida en que reside en nosotros ese amor pasional, en esa misma medida no carecemos de pecado. Crezca la caridad, disminuya el amor pasional. Para que la caridad llegue alguna vez a su perfección, apáguese el otro amor. Poneos el vestido nupcial. Me dirijo a vosotros, los que todavía no lo tenéis.

(Sermón 90, 5-6)

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