martes, 12 de diciembre de 2017

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EL NACIMIENTO DEL SEÑOR (2)

 Lo alaban como merece todos sus ángeles, de los cuales es alimento eterno y a los que vivifica con alimento incorruptible. Él es, en efecto, la Palabra de Dios, de cuya vida viven, por cuya eternidad viven siempre y por cuya bondad viven en perpetua felicidad. Ellos lo alaban como se merece, como Dios junto a Dios, y dan gloria a Dios en las alturas. Nosotros, en cambio, pueblo suyo y ovejas de su rebaño (Sal 94,7), reconciliados por la buena voluntad, merezcamos la paz en la medida de nuestra debilidad. De los mismos ángeles son las palabras que escuchamos hoy y que profirieron llenos de gozo cuando nos nació el Salvador: Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad (Lc 2,14). Si ellos lo alaban debidamente, alabémoslo también nosotros obedientemente. Ellos son sus mensajeros, nosotros somos sus ovejas. En el cielo llenó la mesa para ellos, en la tierra llenó nuestro pesebre. Para ellos es mesa llena de alimentos, porque en el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios (Jn 1,1); para nosotros es pesebre lleno, porque la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn 1,14). Para que el hombre pudiera comer el pan de los ángeles, se hizo hombre el creador de los ángeles. Ellos lo alaban viviendo, nosotros creyendo; ellos gozando, nosotros pidiendo; ellos comprendiendo, nosotros buscando; ellos entrando, nosotros llamando a la puerta.
S, 194, 3

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